martes, 11 de septiembre de 2012

A mi me dicen....


Los sobrenombres han sido considerados como una forma de molestar a la gente, de burlase, a veces por sus características físicas o por lo que muchos consideran defectos. Personalmente me gustan, los encuentro que son signo de cariño, de pertenencia, de hacer de alguien una persona especial (o hacerse especial para alguien).

Está la usanza también de "llamar" a alguien por su apellido, que se da mucho en los hombres. No sé la verdad qué fue primero: si las camisetas con apellidos de los futbolistas o decirles por los apellidos a los machos. Hay veces que se justifica ya que en un mismo lugar hay dos Pedro ó Cristian ó Pablo.

Una vez llamé a un compañero de curso por teléfono y pregunté por él usando su apellido. Y no hubo forma de recordar su nombre real...hasta que llegado Facebook apareció y recién ahí supe que se llamaba Manuel.

Me pasa que desde chica he sido buena para los sobrenombres, es decir para otorgarlos y para tener. Sin duda hay algunos con más sentidos que otros. Era tan buena para colocar sobrenombres que hasta una de mis amigas imaginarias tenía uno (lo más triste es que nunca supe su nombre real).

Tengo en mi agenda telefónica pocos contactos por su nombre real y muchas veces a quienes he llamado por un nombre distinto al inscrito en el registro electoral, nunca más vuelven a tener su nombre real en mi cabezita (a menos que me distancie de ellos y para remarcar esto, los llame por su nombre completo...¿o es una pendejería?)

También me gustan las maneras cariñosas de dirigirse a alguien como chinita, mi reina, negrito, pekas, chica...con cierto tono divertido. Rehúso de gordita, chanchito, chiquitita, mi niño, corazón, guagua.

Quizás las cosas serían más humanas si siempre fuéramos "la flaca", "el pipe", "manita"...porque creo que en esos apelativos de confianza y cariño se encuentra muchas veces nuestra esencia.