Pedí a mis 8 años un Popple, y recibí un prendedor de este dibujo animado. A los 9, quise que el vejito pascuero me trajera un My Litlle Pony, y al parecer no entendió y me regaló un bolso que tenía dibujado este caballo y como gran gracia tenia la cola con cabello para peinar. Imagínense lo looser que me veía jugando con un bolso a peinar al little pony!.
Luego vinieron los Cariñositos, Rainbow Brite, Frutillita y una serie de otros monos, lápices, barbies, dondo tan redondo, etc etc etc. Pero nunca llegó el producto original que Otto Kraus promocionaba en la televisión a color de perilla, o que ofrecía Rochet el Castillo del Juguete.
Eran otros tiempos. Los padres hacían esfuerzos para tener regalos en navidad, sumando al discurso navideño que acompañaba la apertura de cada presente: un relato emocionante de los regalos que recibían ellos (un plátano, una cereza, un hilo para bordar) y el valor que teníamos que darle a lo que compartíamos esa noche en casa. Palabras que en ese entonces sonaban a la voz de la profesora de Snoopy, pero que hoy de seguro quienes son padres la repiten o les hace sentido.
Yo fui de la generación donde tener panty L'eggs en huevito era lo máximo, y la compañera que llegaba con ellas era admirada. Tiempos en que el que tenía una caja de lápices Paper Mater mágicos y fosforescentes, se convertía en el popular de la clase. Días en que coleccionar esquelas evidenciaba tu feminidad, y jugar con guaguas en coche hacía creer a las madres que algún día estaríamos preparadas para ser mamás, y les entregaríamos nietos (ja!)
Pero a pesar de no haber tenido el original, de no conseguir que me regalaran la máquina para hacer palomitas o algodón dulce, y soñar con tener la muñeca Rosalba para ponerle mis vestidos y peinarla, sí disfrute de jugar a la panty o al elástico, la matanza, o la botellita envenená y compartí con un grupo de niñ@s que me prestaba sus originales, para disfrutar aunque sea por esa hora de juegos en casa ajena, de aquellos productos que mis padres no podían comprarme.