Era viernes 14 de abril del 2000 cuando nos enteramos que mi
papá había fallecido. Fue operado en Punta Arenas, donde vivía hacía unos 6 años, de un
tumor en el riñón. Pero al entrar a pabellón, los médicos descubrieron que
había metástasis, palabra que aprendí a los 17 años, edad que tenía ese 14 de abril.
La pena más grande era saber que había muerto solo, en una
ciudad a kilómetros de distancia, con nadie de nosotros- 3 hijos y una ex esposa- ahí a su lado. No hubo
despedidas, ni un beso en la frente, ni un apretón de su mano antes de entrar a la sala de operación.
Pero para nuestra sorpresa, mi padre no estaba solo. El día
que mi madre fue a recibir el cuerpo de mi papá junto a mi hermano al
aeropuerto de Concepción, recibió además a Teresa, quien se presentó como su pareja.
Teresa era todo lo opuesto a mi mamá: una mujer robusta, de
pelo teñido rojo, voz ronca, fumadora, habladora, estado protagonista. Ella era quien
traía a mi padre de vuelta a su familia, y la única que sabía qué había pensado
o sentido antes de entrar a pabellón. Estaba con ventajas, frente a una familia
que, sin estar ausente, no había protagonizado el último día de vida de
Fernando.
Pero nosotros no sabíamos de su existencia, más que como “la
colega” que alguna vez había mencionado mi papá. Si bien mis padres llevaban
separados más de 12 años, nunca nos presentaron otras parejas.
Yo tenía tantas preguntas que hacer, pero no tan solo a
Teresa, sino a mi padre y era tan injusto porque sólo teníamos su verdad, de esa mujer imponente que llegaba junto al ataúd desde Punta Arenas. Y
tampoco era el momento para sentarla e interrogarla, ella también estaba
sufriendo.
Sólo mi mamá y mi hermano mayor la habían visto, y yo no
quería conocerla. Tenía curiosidad pero me molestaba sobremanera que mi papá no
me hubiera contado de ella. Sentía que no correspondía que estuviera en el
funeral de él, que ella no era parte de nuestra familia. Sabía que estaba
siendo egoísta, pero quería que ese momento fuera mío con mi papá y de nadie
más.
Me molestaba que la complicidad que alguna vez sentí con mi padre no fuera tal, ya que no había compartido conmigo que tenía una polola. Me molestaba que también hubiera sido de ella, y que supiera quizás más de él que yo.
La vi en el funeral, y cuando el cura nos pidió a mis dos
hermanos, a mamá y a mí bendecir el ataúd, sentí que ella nos miraba seria, sin llanto ni pena, como con cierta envidia. Mi mamá la
invitó también a bendecir el cuerpo de mi papá, y fue en ese momento que
entendí que ella también sentía pena y que quizás quería llorar, que estaba en
un lugar ajeno, con personas desconocidas que la miraban como una mujer
desconocida.
Mi mamá me comentó que el día que la conoció, ella le dijo que llamaba a
mi padre “León”, y como yo me propuse escribirle un discurso de despedida a mi
papá, quise incluirla, como un signo de reconocimiento. Ese mismo viernes 14 de abril redacté mi despedida, y ahí comencé a valorar su rol de pareja con mi papá. Por eso incluí todas las formas en que llamaban a mi viejo, y también "León". Fue mi manera de sumarla en ese momento.
Comprendí que ella quiso a León, desde una vereda distinta a la mía, pero también
se sentía sola este día, y nos unían finalmente más cosas de las que nos
separaban. Esa fue mi reflexión del sábado, mientras velaban a mi padre.
Fue domingo, y después del funeral, Teresa nos acompañó a casa y conversó
con nosotros de las penas y alegrías de León, de lo que le había contado de
cada uno de nosotros, que hacían viajes juntos todos los fines de semana, que tocaba guitarra a los amigos de ambos, de sus miedos antes de operarse, de su petición de que si
le pasaba algo, nos avisara y que su
cuerpo descansara en tierra penquista.
No supe mucho qué decirle, sólo la escuché y sentí que en cada una de sus historias había un
hombre que yo no conocía. Pero ya no importaba quien fuera o no protagonista
de la muerte de mi papá, porque era
momento de reconciliarse con ese viejo "León" que desconocía y que hoy no tenía
enfrente para preguntarle si había querido a Teresa y por qué nunca me habló de
ella.
Qué potente historia. Los viejos siempre esconden historias, últimamente todos los libros que he leído tienen como protagonista al padre. Es porque ellos son tan importantes. Los miramos hacía arriba como dioses. Está genial la historia. De tu familia sé que es bellísima y se quieren millón. Y ¿Qué será de Teresa?
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