martes, 23 de diciembre de 2014

Mirando a mi madre


Estás sentada en la cama y pintas mandalas. Te ves más delgada que el mes pasado, con más líneas de expresión que ayer, y más acurrucada que cuando te vi en la mañana.
Estás sentada en la cama de dos plazas que siempre has compartido conmigo o con mis hermanos mayores. Sentada siendo mamá, sin saber cómo iniciar tu vida de jubilada. Sé que estás tratando de disfrutar de cosas simples como tu curso de baile entretenido, pasear y jugar con Rorro, probar recetas en la cocina, ese lugar que antes nunca ocupaste.
Has sido hija, mamá y profesional estos 66 años de vida. Tu placer máximo y egoísmo extremo es comerte un trozo de chocolate a escondidas. Todo, todo, ha sido para tu familia:tu mamá, nosotros tres y tus alumnos y colegas de la universidad.
Sé que quisiste amar con locura, porque veo la pasión en tu trabajo y en cómo te esmeras en preparar todo cuando voy a visitarte a tu casa en Concepción. Quizás cuantos hombres te buscaron, y decidiste negarte a esas miradas y piropos. Porque debes saber que eres bella, aunque tú no lo veas.
Tú te miras al espejo y ves tus canas, te fijas si tus lunares aumentaron de tamaño, repasas con crema el contorno de tus ojos y, si tienes un evento especial, colocas un poco de brillo sin color en tus labios. Nunca te has maquillado y siempre tratas de usar joyas muy pequeñas que no llamen la atención. Pero aunque trates de pasar desapercibida y querer que nadie te mire en la calle, debes saber que deslumbras. 
Tienes luz en tus ojos verdes, y aunque hayas cortado tus pestañas cuando pequeña, tu mirada destaca del común de la gente. Eres femenina en tus detalles y curvas. Esas curvas que no potencias y que ocultas con blusas que usas siempre con una camiseta debajo, para que no se vea la “rayita” donde se juntan tus senos. Proyectas hermosura y sumado a tu personalidad conquistas a quienes te conocen.
Sé que hubieras querido que permaneciéramos juntos como familia los cinco: mi papá, mis tres hermanos, y tú. Porque veo como disfrutas los paseos con otras familias amigas, cuánto te gustaba enviar las tarjetas de navidad con los apellidos de papá y de ti. ¡Y las ganas con que preparabas los almuerzos del día sábado, esos fines de semana en que llegaba a nuestra casa en Concepción mi papá! Pero lo que has hecho como mamá ha sido perfecto.
Sé que sientes culpa. Culpa por haberte separado, culpa por haber trabajado tanto, culpa por que mi hermano no haya seguido un camino más tradicional, culpa porque mi hermana o yo no estemos aún casadas y con hijos. No quiero que te siga consumiendo ese sentimiento. Porque si pudiera enumerarte en este texto cada acierto que tuviste durante estos años, entenderías que nos has convertido en personas trabajadoras, leales a nuestros amigos, que disfrutan de las cosas simples, que cuando aman a alguien se dan por completo, y tantas otras virtudes que reconozco en mis hermanos y en mí, y que, sin duda alguna, son heredadas de ti.
Estas sentada en la cama y pintas mandalas. Te miro y veo a una mujer madura, bella, que deseo con todo mi corazón que disfrute hoy de la vida que queda, de los cumpleaños sorpresas, los zapatos Gacel que te regaló mi hermana, el concierto al que te invité cuando visitaste Santiago, los abrazos y los te quiero que tus hijos diariamente te entregan, tratando de hacerte ver la excelente mamá que ha sido y que sigues siendo, y la profunda admiración como mujer que te tenemos.


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